A los pies del Vesubio (I)

| Etiquetas: , , , , , | Posted On 19 de abril de 2010

Pensaba que en Italia, por ser un país alargado, las carreteras iban a ser líneas rectas que recorriesen las ciudades “da nord a sud”; y por tanto no me iba a marear. Y encima que como iba a viajar de noche, iba a pasarme todo el trayecto dormido. Pero ni con esas conseguí librarme del “male di macchina” (mareo). Al final, tras una noche movidita llegamos a Nápoles, la capital del sur italiano.

Antes de adentrarnos en esta megalópolis, unas recomendaciones: llevar siempre la cartera en los bolsillos delanteros, con un máximo de 30€ en efectivo; no separarse del grupo y mucho menos recorrer las callejuelas; alejarse de los trileros y vendedores ambulantes, que ofrecen IPhone’s por 50€; y sobre todo no cruzar la calle sólo. Y es que Nápoles es una caos organizado, donde los coches no respetan ni los semáforos, ni las señales y mucho menos los pasos de cebra. A modo de curiosidad, tres de cada cuatro coches tenían una abolladura o un faro roto. La ciudad tiene fama, mejor dicho mala fama, de ser conflictiva. Obviamente no vimos a El Padrino, pero el ambiente de trueques y chanchullos está presente hasta cuando vas a comer a un restaurante.

Aun así es una ciudad con un encanto particular. Es cómo viajar a una película de Fellini, donde todavía las mujeres mayores bajan la basura con un cordel desde el balcón, y se llama a los niños por la ventana para cenar, porque están jugando en medio de la calle (aunque por ésta pasen coches). Y todo coronado por el gran Vesuvio (en italiano la segunda se escribe con ‘v’ y no con ‘b’).

El horizonte es completamente plano: a un lado el mar Tirreno y al otro la llanura de la “Campania”. La línea recta sólo se rompe por el impresionante volcán, y sus colinas contiguas. Entre ellas alguna por las que se esparce la ciudad. Y es que Nápoles es un sinfín de bloques de edificios a modo de colmena, unidos por cientos de tendidos eléctricos y farolas colgantes.

La ESN lleva haciendo este viaje desde hace siete años, así que ya saben cómo moverse por la ciudad. Nos hicieron un tour por las principales calles llenas de puestos ambulantes. Unas cuantas fotos en la antigua fortaleza y una “gelatto” en la plaza del Plebiscito completaron la jornada, que acabó con una cena a base de pizza al modo napolitano (no, no existe una ‘pizza napolitana’, como no existen los ‘spaghetti a la boloñesa’. La pizza se caracteriza en Nápoles por tener los bordes gordos, no por los ingredientes que lleva). Otro de los platos típicos de la región es el pescado que en la mayoría de restaurante suele ser fresco. Aunque también lo puedes comprar directamente a los pescadores; y es que vimos como al desembarcar en la playa, montaban improvisadas lonjas donde exhibían los animales todavía vivos y coleando.

Todos los viajes de la ESN incluyen de alguna forma el alcohol en su agenda y éste no iba a ser menos. Lo que pasa es que cada uno se lo toma como quiere. Están quienes fomentan el mito de Erasmus igual a borrachera continua; y quienes no dependemos de una botella para pasar una noche de fiesta. De esa forma, cuando cayó la noche nos reunimos en la terraza del hotel, y compartimos unas risas a los pies del Vesubio.

A grito de “sveglia” (despertador), a las ocho de la mañana nos preparamos para subir al Vesubio. Una vez arriba del volcán, cuando visitábamos el cráter y después de que la guía nos contase cómo fue la explosión del 79 d.C. que sepultó Pompeya, nos enteramos que media Europa estaba sobrevolada por las cenizas del volcán de Islandia. En el que estábamos sólo salían pequeñas columnas de humo, que la guía se apresuró a decir que eran normales chimeneas naturales de vapor de agua. Pero por si acaso, nos hicimos la foto y bajamos rápidamente de allí. Eso sí, ya podemos decir “yo he estado en el cráter de un volcán”.

Y así, como la lava, descendimos dirección Pompeya. Pero eso ya es otra historia...

Ahora os dejo con las fotos de esta primera parte




Hasta entonces, un saludo boloñes. Salva.

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