¡Si me queréis, irse!
| Etiquetas: Bolonia | Posted On 17 de septiembre de 2009
A voces, en medio de una iglesia abarrotada de gente con abanicos en mano, la faraona gritaba desesperada a una multitud alcahueta, que esperaba apuntalada en las puertas del templo para contemplar la ceremonia nupcial. Pero su hija así no se podía casar. En un último intento por deshacerse de la marabunta lanzó la frase en cuestión: “¡Si me queréis, irse!”, “¡Mi hija no se puede casar!”.
Ésa misma frase pensaba yo la noche antes de partir respecto al momento de las despedidas en el aeropuerto. Pero al final, con los nervios previos a la hora de pesar las maletas (por si nos pasábamos de los 15 kilos reglamentarios) y el cabreo posterior tras ser atendidos por una insolidaria azafata de Ryanair, que no nos pasó el kilo de más que nuestras maletas llevaban, esa frase se disipó y llegaron los “Pasadlo bien”, “Tened cuidado”, los abrazos y bla, bla, bla…
Al final, a pesar de la lluvia y también de los nervios, la hora y media en el aeropuerto pasó rápida y en cuanto nos dimos cuenta, estábamos en el pasillo del avión buscando asientos libres, y lo más difícil: ¡sitio para meter las maletas! La Odisea de Ulises no fue nada comparada con la que vivimos aquella tarde. Resultó ser que la maleta de Salva no entraba, ni a empujones, en el portaequipajes del avión. Ni con la ayuda desinteresada de los demás pasajeros ni de la tripulación fue posible enjaular a la fiera. Hubo un momento en el que la maleta entró y todo parecía solucionado pero sólo parecía, porque cuando ya estábamos sentados y a punto de despegar, los señores que viajaban delante de nosotros nos avisaron de que el peligro no había pasado. Señalaron algo que inmediatamente nos hizo perder el aliento: las ruedas de la maleta asomaban por la ranura del portaequipajes. Enseguida un auxiliar de vuelo y Salva empezaron a “litigare” por bajar el bulto a la bodega debido al retraso que estaba causando y finalmente así fue. Sin pagar ninguna tarifa extra de esas de las que Ryanair es especialista en aplicar por cualquier cosa que se les ocurra, bajaron “la valigia” (como dicen aquí) y partimos, ahora sí, hacia Bolonia.
Y una vez llegados al Aeroporto Guglielmo Marconi, nos montamos en el Aerobus (una línea de autobús que va desde el aeropuerto hasta la ciudad. 5€ el billete) y allí mismo, con mucho arte español empezamos a “dirigir el cotarro” entre los pasajeros. Que si dónde está Via Bertiera, que si el bus para en Via Ugo Bassi, que si dónde hay que bajarse para ir al Hotel Holiday… Todas las dudas nos las preguntaban a nosotros después de que alguien corriese la voz de que “esos dos españoles les podrían ayudar”. Eso sí, una de las indicaciones que les dimos fue con un inglés pésimamente precario por nuestra parte, porque la lengua sajona no es nuestro fuerte.
En resumen, en media hora nos plantamos en Bolonia ciudad y arrastrando las maletas, con los abrigos y las chaquetas colgando de nuestros brazos temblorosos, llegamos a nuestra morada, donde nos esperaba el casero para entregarnos las llaves y empezar a habitar nuestra casa de Italia.
Y hasta aquí puedo leer, de momento. Sentimos el retraso. Prometemos contaros el día a día en la ciudad de los pórticos, la mortadela, la famosa salsa ragú, etc.
¡¡Un saludo!!
Rubén
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