en 50m2

| Etiquetas: | Posted On 3 de julio de 2010

Hace ya más de dos semanas que no nos asomamos por estas tierras pero comprendernos, volver a ver todas estas imágenes nos produce una sensación de melancolía extraña. Además no sabíamos como clausurar esta bitácora después de nueve meses de convivencia italiana, así que hemos decidido ir dejándolo “piano piano”. Como una terapia iremos paulatinamente cerrando temas y plasmando nuestras últimas impresiones…

Hablando de últimas impresiones, me gustaría compartir cómo fueron las últimas horas en la ciudad de la mortadela. Prometo no ser muy emotivo, porque bastantes lágrimas hicimos y nos hicieron derramar. Y es que pese a ser días de despedida, nos rencontramos con muchos compañeros y juntos recordamos los mejores momentos de nuestra estancia.

Pero antes de la fiesta de despedida tuvimos que lidiar con toda la burocracia administrativa. Menos mal que el jaleo de papeles en la Universidad de “partenza” es mucho más simple que el de llegada. Una firmita por aquí y un sello por allá, y libres. Oficialmente habíamos acabado con nuestra Erasmus. Lo más curioso es que justo en la ventanilla continua estaba nuestro amigo Mirko, preparando todo el papeleo para venirse de Erasmus a España. Así es la vida: unos que vienen otros que se van…

Lo más complicado fue deshacernos de algunas cosas como la bici o la “chiaveta” de Internet. La primera por el valor sentimental que tenía y la segunda porque casi nadie la quería comprar. Al final las bicicletas han encontrado dueño y todavía hoy seguirán rodando por las calles de Bolonia. Lo que espero que no siga aún por aquellas tierras son los alimentos que nos sobraron. Y es que hicimos una caja con las sobras de nuestra despensa y se lo regalamos a las vecinas de arriba. Esas mismas que en cada fiesta molestábamos para pedirles el “aprebotiglie”. A priori puede parecer un regalo de pésimo gusto, incluso un “anti-chollo” como los del “Un, dos, tres”, pero cuando eres estudiante, una botella de aceite regalada, se acepta sin regañadientes (y más si el de oliva “extra vergine”).

De esa forma, poco a poco nuestra casa fue retomando el aspecto del primer día. Y no por la limpieza, sino por el vacío. El blanco de las paredes parecía más blanco con las estanterías vacías y los armarios huecos. Todo listo y empaquetado en tres pesantes maletas donde los recuerdos se agolpaban entre los jerséis y los vaqueros. Y todo sin pasarse de su peso justo… porque volar con Ryanair significa hacer “le valigie” con el peso (que nos dejaron la vecinas de arriba; con lo que se ganaron, más todavía, la botella de aceite y los cartones de leche).

Y cayó la noche en Bolonia. Nuestra última noche. -“Non è pioggia, è il celo chi piange per la vostra partenza” (no es lluvia, es el cielo quien llora por vuestra despedida) nos dijo el checo nada más llegar a casa empapado. Después de él llegaron el resto de amigos Erasmus. Franceses, belgas, italianos y hasta una serbia… las de canarias, valencianas y de Valladolid… todos en menos de treinta metros cuadrados y bajo la bandera italiana que colgamos en la pared.

A ritmo de “i migliori anni della nostra vita” fueron firmando uno a uno la bandera, que a día de hoy ondea en mi cuarto ilicitano. Es imposible condensar en poco más de 50 cm2 tantos mensajes cargados de emotividad; y como una imagen vale más que mil palabras, programamos la cámara y nos hicimos esta última foto de grupo:

El resto de la “serata” se resume en varias pizzas, Santo Stefano y un baile en los “Giardini” frustrado por el mal tiempo. Pero eso no fue motivo para que no cantáramos bajo la lluvia y nos prometiéramos ante la mirada de Asinelli y Garisenda, volver a reunirnos dentro de un par de años en ese mimo lugar, para subir todos juntos a la torre.

Sin duda una noche que sirvió para recordar y que será recordada…

Un abrazo, Salva.

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