Il piccolo bambino
| Etiquetas: Rímini, San Marino, Viajes | Posted On 3 de mayo de 2010
De la mano de Alberto, un compañero italiano de la universidad, llegamos a Rímini, la Santa Pola italiana, enclavada a orillas del Adriático. Rímini es una pequeña ciudad que sirve de veraneo a los italianos de la región por sus playas y el ocio de las discotecas y los locales nocturnos.
Con un cappuccino en el cuerpo para entrar en calor después de un calabobos intermitente, seguimos las huellas romanas de Ariminum –el nombre del la ciudad en los tiempos del Imperio Romano, que tras el Arco de Augusto, el Puente de Tiberio, el Anfiteatro y la Domus; nos llevaron hasta un plato de verdadera carbonara italiana en Santarcangelo di Romagna, el pueblecito donde vive Alberto.
La lluvia seguía salpicando los cristales de las ventanillas del coche cuando salimos de Santarcangelo en dirección al quinto Estado más pequeño del mundo para ver al piccolo bambino que duerme acurrucado entre los Apeninos tosco-romañoles. Sólo que allí la lluvia se alió con una espesa niebla que “nubló” (nunca mejor dicho) el encanto de aquel país. Próxima parada: San Marino.
Enclavada sobre el Monte Titano y coronada por sus famosas tres torres, Ciudad de San Marino, la capital, rápidamente se abrió paso entre las nubes a nuestra mirada turista. Subimos las empinadas cuestas de la ciudad palpando casi a ciegas la personalidad de sus calles y conseguimos un tesoro muy ansiado: un euro del país.
Oficialmente, la moneda de San Marino es el euro con el cuño propio de la nación, pero monedas “sanmarinenses” en circulación hay muy pocas porque se usa sobre todo el euro italiano. En las tiendas de souvenirs se pueden encontrar estuches con las monedas por 10 euros. En principio, los euros con el sello del país son sólo para coleccionistas, pero desde este año se han puesto en circulación “a gran escala” y aunque hay muy pocos, si te las ingenias bien puedes conseguir que en algún comercio te cambien una moneda por un euro “normal”.
Con la niebla, la noche cayó antes de lo normal. Abandonamos San Marino con la sensación de haber estado en ninguna parte y para reparar esa sensación de vacío, llegamos a Santarcangelo y la llenamos con una exquisita cena de piadinas (especialidad típica de la Romaña).
Para bajar la cena: un paseo inolvidable por Santarcangelo di Romagna, un pueblecito en el que se respira un ambiente tranquilo y familiar. Un pueblecito de calles adoquinadas y casas antiguas por las que todavía pasa el lechero para llevar la leche fresca y en el que aún se puede jugar con el balón en la calle sin preocuparse del tráfico. He ahí las fotos.
Para acabar la excursión, cerramos la noche en muy buena compañía en una vinoteca degustando un Malvasia con música en directo. ¿Qué más se puede pedir?
¡Saludos!
Rubén
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